Blanco y negro
- Claudia Maiocchi
- 28 oct 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 29 oct 2021
Hebe Uhart sostenía que, para quienes empiezan a escribir, la crónica de la infancia es un buen tema. Uno es su propio personaje, pero no es el mismo: se ubica en otro tiempo, en una edad determinada. La infancia suele brindar un marco interesante a los fines de mostrar la tensión interna de quien escribe. En el TEV de los viernes estamos remontando esas aguas... ¿Es posible convertir un simple relato en crónica? Veremos, veremos...

Hoy nos entregan las fotos de la escuela. Vienen dentro de un sobre, encuadernadas en cartulina y con sello. Todas esperamos ansiosas, sentadas en los pupitres de tapa rebatible. Jugueteo con el lápiz. O hago dibujitos con el dedo: cuesta quedarme quieta mientras la señorita nos empieza a llamar, una a una.
Por fin escucho mi apellido y me paro. Siempre temo tropezar con algo: un portafolio, un bulto que me bloquee el paso sin que lo advierta, mi propio dobladillo que podría engancharse. Pero no. Llego nomás al frente, al escritorio grande. La maestra sonríe.
Ya con el sobre en mano, camino más despacio todavía, no vaya a ser que justo...
Resultan tres –no dos, que es lo habitual. Una en este pupitre, otra en el patio grande. La tercera me la sacaron hace mucho, en segundo o primero... Mamá la venía reclamando. Ni me di cuenta entonces.
El día de las fotos oficiales sí lo tengo grabado: me hace las trenzas gruesas, remata el delantal –No te ensucies– con un gran moño blanco.
Cuando todo está listo en el aula, entra el fotógrafo: pura atención la maestra, los pasillos prolijos entre filas de bancos alineados, ni abrigos ni papeles por el suelo. Me saco los anteojos para salir más linda. Sonrío. Espero. Se dispara la luz. Vamos de nuevo, otra. Y otra más. La luz blanca me pega en las pupilas ¿Tal vez cerré los ojos? No, no creo.
En el patio me ubican bien atrás por la altura. Las más menudas adelante, en posición de indio, sostienen la pizarra que datará la foto y enmarcará el recuerdo.

Impecables los preparativos. Pero ahora me veo.
Tanto en el salón de clases como en el exterior, mis ojos no aciertan a hacer centro: el derecho a la cámara, seguro; el izquierdo vacila, se fuga hacia un costado, ve otra cosa. El ojo se desvía, yo me pierdo.
Salí bizca otra vez.
Qué linda, van a decir en casa. Y haré fuerza y más fuerza, pero no podré creerlo.
Ahora todas intercambian las fotos. En medio del revuelo, se percibe alegría. Los dedos se toparon con mis dientes, que trituran las uñas en silencio. Se pone oscura el aula cuando oigo que me hablan. Igual, reacciono rápido:
- ¿Eh? No, ya las guardé… Me salva justo el timbre del recreo.
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Hasta aquí, el relato. Ahora, algunas líneas que podrían ayudar a transformarlo en una crónica:
- Profundizar en el tiempo histórico: 1970. La guerrilla y la muerte de Aramburu. Gobiernos militares se suceden... ¡Y aún nos falta tanto! Los Beatles de separan. Hace poco tuvo lugar el festival de Woodstock y tres hombres llegaron a la luna... - Asociar ideas y extrapolarlas: ¿Solo mis ojos miran desviado? ¿Qué es lo que los otros, chicos o grandes, tampoco logran ver o enfocar? ¿Qué otras realidades vemos en blanco y negro, más allá de las fotos?
- Cambiar el punto de vista: qué vio el fotógrafo. Lo que la niña del relato no sabe. Lo que la maestra, los padres, las otras chicas saben (o no)... Qué ve/sabe la adulta que hoy contempla esas fotos. Qué le diría a la niña...
- Tomar el tema "fotos" y jugar con él: qué significaba una fotografía en 1970 vs. lo que significa hoy, en tiempos de selfies, retoques, redes, fake news y demás yerbas...
Y podríamos seguir...
CM

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