Devenir escribiendo
- Claudia Maiocchi
- 18 dic 2020
- 2 Min. de lectura
“No existe en el universo de los adultos una actividad que revista la seriedad que el jugar tiene para los niños”, dice Eduardo Smalinsky –mi analista desde hace años– en su libro Devenir jugando, de reciente publicación. Intuyo que la escritura como VIVENCIA, más allá de los resultados, viene a saldar de alguna manera esa deuda.

Que sepa coser / que sepa bordar / que sepa abrir la puerta / para ir a jugar. Crecimos inmersos (e inmersas) en estereotipos genéricos. Muchas de nosotras (aquí se me impone el femenino) devinimos madres de nuestras madres y/o padres: niñas adultas que se transformaron luego en adultas niñas, como no podía ser de otra manera.
Tal vez cosimos y bordamos, pero eso de abrir la puerta para….mmm… se hacía difícil. ¿Cuántas veces la escena del juego quedaba congelada, como cuando falla la banda ancha y, tras una larga espera, nos frustra la leyenda "inténtelo más tarde"? Un pedido que oficiaba de orden. Una amenaza en forma de portazo o grito. Algo “más importante” que hacer... Nos traccionó la hiper responsabilidad, el deber más que el ser o el estar.
Para muchas de nosotras, la escritura fue un refugio temprano: diarios personales, cartas jamás enviadas, poemas de amor y hasta bosquejos de algún que otro culebrón del que seríamos la heroína, por supuesto. Aunque en la vida civil nos sintiéramos feas, inadecuadas, falladitas.
¿Y ahora? Ahora a veces es la escritura misma la que se torna esquiva. Ocupa el lugar de ese jugar que no fue, o que fue interrumpido, degradado, agredido. Postula Smalinsky: “El jugar es una experiencia de lo inesperado e impredecible. Es lo inverso a la angustia como espera, y preparación ante lo inesperado. Es soñar despierto.”
Si en nuestros Talleres y Tutorías recreamos algo de juego (en el proceso, mucho más que en cualquier resultado), diremos misión cumplida. Una ficción "más o menos", un relato un tanto flojo, un poema a medio camino... es sin dudas infinitamente mejor que no escribir. Que no jugar. Todas ( y todos) tenemos una historia que contar y nadie contará por vos la tuya.
Mientras tanto, yo misma vuelvo a abrir la puerta para ir a jugar. ¿Venís?
(Tapa - Ilustración de Daniel Ripesi)
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