Dolor emocional
- Claudia Maiocchi
- 21 jul
- 2 Min. de lectura
Confesiones de una codependiente (en recuperación, con recaídas...)
A los grupos, con amor del bueno.

El dolor emocional se oculta como una serpiente venenosa entre dunas.
No te dan días en el trabajo; no hay licencia por dolor emocional.
No te mandan “Get Better” cards; no hay —no siempre al menos— correlato visible: moretón o puntos de sutura, hinchazón o desgarro. Internación o vía endovenosa. Vendaje, yeso.
El dolor emocional llueve finito y te empapa a traición, sin hacer ruido.
Corta profundo, como el papel a veces, con el filo escondido:
una daga en la miga del pan, como se trafica en las cárceles.
El dolor emocional no tiene prensa; no hay congresos,
simposios ni jornadas sobre dolor emocional a secas.
No se trata de un duelo; es peor aun: nadie ha estudiado
sus etapas. Ni parece preocuparse por acabar alguna vez.
No existen los cuidados paliativos ni se discute la eutanasia
en casos de dolor emocional. No deja estigmas como los tuvo Cristo
y algunos pocos santos. Su peso de piedra faraónica esclaviza
la espalda, las piernas, la garganta. Las horas de los días y las noches. Las noches. Sus sueños, sus insomnios.
Y nadie parece darse cuenta. Menos aún llegar a comprenderlo.
Sí, hay muchas enfermedades silenciosas. Ésta no tiene nombre
y empuja a la locura, a ideaciones de muerte.
Una misma se odia por sentirlo, por no poder quitárselo,
arrancarlo —tal vez a dentelladas, como diría mi alumna, la poeta.
Terapias y psicólogos y curas; chamanes, chantapufis y coaches ontológicos; counsellors, gurús de la felicidad obligatoria
parecen ayudarte por un rato. Un poquito. A veces.
Y hasta pagando en cuotas, si se te da con suerte (y con plata en la cuenta).
El dolor emocional es una bruma espesa: te hace perder el rumbo,
el sentido. Inclusive la fe —lo único que salva, sin embargo. Abre pequeñas grietas donde el mismo demonio se acurruca,
se relame y celebra en silencio.
Es un veneno que te acorta la vida, que te impide la vida,
que te rompe la vida como un vaso que estalla entre manos cerradas.
O en mitad de la boca y te tragás los vidrios: te destroza.

Poco se habla del dolor emocional; todavía es tabú.
De sexo, sí. De perversiones, sí. De guerra y exclusión y los sintecho.
(El dolor emocional también es guerra y exclusión. Y te deja sin techo
—y sin tierra ni cielo, ni cuerpo, ni palabra).
Puede ser por la pérdida de un hijo, de la que no se vuelve...
Puede ser —paradoja— el dolor de un amor
que no es tal y que te lleva puesta como droga sintética,
como el alcohol y el paco, la cocaína, el éxtasis.
Lo único que sirve —hablo por experiencia—
es un grupo de pares que comprenda y escuche. Que hayan estado ahí.
Y un trabajo profundo, agotador a veces, con una misma. Con uno mismo, digo:
no me pondré sexista. Hablarte con esa voz pequeña que te sopla al oído
justo lo que hace falta. Y aprender a abrazarte cuando nadie lo hace.
Ojo, viene con recaídas: no es que se cure y punto.
El dolor emocional no es poético, pero este es mi lenguaje:
así que igual lo escribo.
CM
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