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Kintsugi

  • Foto del escritor: Claudia Maiocchi
    Claudia Maiocchi
  • 19 dic 2020
  • 2 Min. de lectura



TE MIRO, NIÑA NOVIA.

Hoy, 19 de diciembre, se cumplen 40 años.

Tenés apenas 20 en esa foto. Y estás huyendo. Del peso de la historia familiar, de los mandatos. Y de tus propios miedos. La mirada se pierde hacia el altar. Buscás lejos y alto. Ya disimulás bien el estrabismo, que te enseñó a encarar la vida al bies: un ojo firme haciendo foco al frente y el otro que se fuga, inexorable. Y ve cosas que no debió haber visto.


Fue Lala quien te enseño eso de “al bies”, cotando tela para hacerle a tu muñeca un vestido igualito al que te había hecho a vos. Magia con los retazos: muy de tu abuela Lala. Aun me parece verla, rodeada de macetas coloridas…




Ahora la vista se detiene en las flores: la corona y el ramo, esas florcitas pálidas entrelazadas con las hojas finitas de los lazos de amor, mirá qué justo el nombre. Con ese filamento más claro parecen dedos lánguidos adormilados en tus manos. Que también saben disimular uñas comidas. (Hubo esfuerzo esa vez. Y manicura, claro).

Es oficial, niña novia: parecés una muñeca de porcelana. Y no se ve ninguna rajadura. Pero de pronto algo se recorta allí atrás, fuera de foco.

Peinado armado de peluquería, bien durito. Vestido color lavanda, del que solo se ve un segmento breve que se abre hacia el escote y la línea del hombro. La cara redondeada –como la tuya, vamos– apenas se perfila. Y lo demás es sombra. Un denso y homogéneo cono de sombra.

¿Será solo un efecto de la luz? ¿Se ha velado la foto justo ahí? ¿O se trata del aura, o peor aún, el espectro de aquella madre tuya que no pudo perder protagonismo ni siquiera el día de tu boda?


Pobrecita tu vieja. Ella también tuvo su historia.

Y vos la amabas tanto. Todavía la amás, después de tanto. Y ahora ya no está.

¿No está?


Hay una antigua técnica japonesa que repara porcelanas rotas con hilos de oro: kintsugi. Un trabajo delicado y minucioso que resulta en una pieza nueva, donde cada grieta se sella como con nervaduras del precioso metal. El ensamblaje cobra otro valor.


Te miro, niña novia.

Pequeña muñeca de porcelana con tantas rajaduras escondidas bajo el vestido blanco.


Te miro y me pregunto, ¿podrán ser las palabras hilos de oro? ¿Podremos, tal vez entre las dos, contarnos nuestra historia rellenando las grietas con una filigrana de palabras doradas hasta encontrarle juntas, con tiempo y con paciencia, algún final feliz? Como en aquellos cuentos que te contaba Lala…


***

Dios escribe derecho aun con líneas torcidas.

Justo un año más tarde, también un 19 de diciembre, en Bariloche (of all places!) nacía Mariana. La niña novia, ahora niña madre...


Hace un rato merendamos juntas: café con tostadas y cheesecake de frutos rojos. Con ella, con Mariana, mamá de otros dos luminosos hilos de oro... que a mí me llaman Lala. Y después de Mariana vino Euge. Y aún mucho después, el verdadero amor y un nuevo matrimonio. No compartimos hijos; sí compartimos nietos.

Lazos de amor, igual que en aquel ramo. ¿No lo vez, niña novia? ¿Te lo explico?


Kintsugi.

 
 
 

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