Texto, textura, trama
- Claudia Maiocchi
- 7 may 2021
- 4 Min. de lectura
Acerca de lo que subyace a la obra de Delia Dubroff, con sus muchas vidas: asistente social, docente, asesora ministerial, madre, y abuela, artista textil, estudiante eterna... Muy ocupada hoy en día, se despide con este texto de nuestro TEV, al menos por un tiempo. ¡Te esperamos siempre, Delia querida! Lo mejor para vos.

Me pongo a escribir cada mañana mientras saboreo un café inspirador. Abro archivos, releo y corrijo. Dejo que las palabras se vayan encadenando, entretejiendo.
Puesta a hurgar en el “compost heap” que fertiliza esas escrituras, descubro que me nutro de frases de las clases de arte y lecturas que nos proponen. Sobre todo, biografías de artistas: me asomo a sus vidas, sus experiencias y sentimientos. Cómo todo lo vuelven obra. Me conmueven los procesos creativos, las huellas transformadas de esas experiencias de vida. Escucho su voz a través de la obra.
Hay artistas que me interpelan. Duchamp, por ejemplo, tan influyente en el arte contemporáneo. Valorizó objetos simples, cotidianos –un mingitorio, una bicicleta, un banco de madera– y elevó su dignidad hasta alcanzar un nuevo nivel de representación. “El arte domina al arte”, decía. No le bastaba la experiencia visual, apuntaba a provocar el pensamiento, a desestructurar al receptor.

Otro ejemplo: Joseph Beuys. Su performance paseándose envuelto en un traje de fieltro, con la cara cubierta de miel y polvo de oro, hablándole a una liebre muerte me produce confusión, sorpresa, excitación. Se trata de un chamán del arte que transita entre lo ridículo y lo sublime y estimula la imaginación de manera poderosa. “Todo hombre es un artista”. “No temas la perfección: nunca la alcanzarás…”
Aprendí que la idea pesa tanto o más que lo tangible y lo convierte en poesía.

Y si hablamos de ideas... ¿Cómo no bucear en la filosofía, que acompaña desde siempre mis búsquedas existenciales? Spinoza, Deleuze, Agamben…
El mismo Darío Sztajnzrajber cuando postula: “Se pueda pensar la vida como un eterno viaje colectivo (…) Importa el viaje mismo: siempre estamos viajando. No sabemos desde dónde y menos hacia dónde, pero (…) nos movemos. O nos mueven (...) Extraño circuito de almas que vienen a este mundo de paseo. (…)” Y Luego se pregunta: “¿Se vencerá el tiempo alguna vez? ¿Qué significa que el tiempo acabe?”
Yo también uso preguntas en mis textos. ¡Estoy habitada por ellas! Me gusta esa búsqueda y dejar abierta la respuesta al otro, al lector.
Esa búsqueda la ensayo también al leer novelas: siempre subrayo frases. Al volver a esas líneas, pienso si mantienen la significatividad o si fue apenas alguna circunstancia la que me llevó a guardarlas… Como decía Clarice, Al terminar un libro siento que tiene vida propia.
Anoto a veces frases de series y películas, fragmentos de diálogos e imagino lo silenciado, lo no dicho. Aun cuando salgo a la calle anoto en una libreta lo que escucho y resuena.
La calle enseña lo diverso, lo múltiple, esa realidad que solo a veces vemos:
- Señora, tengo hambre. ¿No me compra..?
- …
- ¿Vas a dejarle propina a este, con lo que nos cobró?
- …
Es como si el tejido de una tela de araña me invitara a detenerme.
Los sujetos y escenarios de la pandemia vuelven a recordarme a Beuys. ¿Le hablaré yo también a alguna liebre muerta, ahora que los sentidos y los significados se quedan en silencio?
Y claro… en el compost que aflora cuando escribo también está mi vida. Veintitantas mudanzas y tantas bibliotecas que armé, desarmé, regalé, reconstruí. Una infancia sin libros, con un papá que apenas terminó la primaria. Solo la Biblia del abuelo recuerdo. Mi hipoacusia temprana me impidió disfrutar de cuentos y relatos orales.
Después… los descubrimientos del secundario, como la poesía de Alfonsina. La bendición griega de la universidad: Sócrates, Platón, Aristóteles…

Las fotocopias de protesta social contrabandeadas. O escondidas en un hueco, al fondo de la parrilla que había en lo de mis suegros, allá por los ’70:
- ¿Qué hacés con eso? -Papá temblaba.
Pichón Rivière, otra revelación. Y la asistencia social: en mi compost hay residuos de saberes académicos y experienciales de los que, habiendo perdido sus derechos más básicos, viven, sonríen, mantienen la fe.
Residuos de la burocracia de hospitales, secretarías, ministerios…
Tanta pedagogía.
Llegar al fin un día al feminismo y que, otra vez recién mudados, mi marido sugiera:
- Mejor quedate en casa y cuidá a las nenas.
¡Y yo acepté, sumisa y resignada!
***
Ahora, en Buenos Aires, de vuelta de tantas cosas, descubro un nuevo nexo: el lazo entre escritura y arte textil, mi otra pasión.
Letra y puntada trazan un horizonte nuevo. Una luz, un faro que ilumina el camino. Por momentos mis pies pisan el barro, en otros una senda colorida. Pasos solitarios. Pasos acompañados.
Ya caminé lo suficiente. Quiero abrazar a mis nietos. Levantarme cuando quiera. Usar mi libertad de otro modo….. Escribí libros, discursos… Usé los intersticios para ayudar al cambio. Y un día, sentada en el piso de mi departamento, rompí la caja de certificados acumulados durante cincuenta años…
- ¿Qué hacés, mamá? - se alarma mi hija.
- Le hago lugar al presente.
Curioso: también en los intersticios textura y texto se amalgaman. Hebra por hebra, palabra por palabra. Allí desfilan personas, actos, historias, heridas, alegrías, amores…
¿No conformamos todos una trama? La que nos teje el tiempo. La que borda la vida con hilos de seda y agujas que se clavan y atraviesan. A veces, terciopelo. A veces, arpillera.

Y como la calle no se calla ni en esta ciudad ni en ningún lado, me siguen gritando la la pobreza, la vulnerabilidad, la injusticia.
Entonces, cuando bordo y escribo, mi compost se hace grito.
Y también grito yo.
Delia Dubroff
(Fotos gentileza: https://www.deliadubroff.com.ar)

Delia, ¿no me digas que no es uno de tus mejores tejidos este Compost? Feliz de leerte y conocerte, tus palabras son hebras que conmueven y colorean la trama de mi vida. Gritemos juntas contra lo que nos subleva.