Comfort vs. Courage
- Claudia Maiocchi
- 24 feb 2021
- 4 Min. de lectura
Descubrimiento total de los últimos meses: las investigaciones de Brené Brown sobre la relación entre vulnerabilidad y coraje. La cultura asocia la primera con debilidad, cuando en realidad hace falta coraje —mucho— para mostrarnos vulnerables y aun así atrevernos a la acción, sea salir a buscar trabajo, empezar o terminar una relación, o postear algo...como esto.
Estoy —estamos— en Colonia, Uruguay, el lugar en el mundo de Horacio, mi marido. Lugar del que yo también me fui apropiando con los años. Pero es más SU lugar, SU casa que la mía, no hay vuelta que darle. Y cada tanto eso genera en mí oleadas de resentimiento, duda y hasta deseos de huir. En ese estado estuve los primeros días. Encima, encuarentenados en la casa por una semana entera, hasta que nos hicieron el segundo hisopado... (Todo OK, ya quedamos libres).

Por entonces justo se cumplieron 17 años de mi llegada a los Grupos de 12 Pasos y juraría que hacía como 10 ó 15 que no me sentía tan mal. ¡Después de todo lo que luchamos por poder venir, con infinidad de trámites y hasta el cierre de fronteras en el medio!
Todos, TODOS los sentimientos codependientes afloraron: profunda vergüenza y sensación de inadecuación, ira infinita (por supuesto hubo motivos, siempre los hay, ¿o no?), somatizaciones, desasosiego, miedo a lo que pueda pasar en Buenos Aires durante nuestra ausencia (ya no es tan fácil "tomarse el buque", literalmente), dolor emocional, parálisis, imposibilidad de hacer (o escribir) nada. Y de disfrutar, cuando en realidad hay tanto que agradecer.
Descubrí cómo sigo usando armaduras como defensa (por ejemplo, la de querer agradar) y qué mal me siento al percatarme de cuánto me cuesta ser honesta. Conmigo misma, inclusive. Sensación de fracaso, de que no debí venir, de que SEGURO terminamos separándonos, incluso de que quería separarme... Completa falta de deseo (de cualquier tipo de deseo). Desilusión. Problemas de sueño. Hundimiento en la TRAGEDIA (que me es tan odiosamente familiar). Llanto difícil de contener, necesidad de recurrir a psicofármacos, falta de esperanza. ¿Se entiende el panorama? Mejor no sigo...
Y aquí voy con Brené Brown: TODOS sentimos vergüenza y dudamos de mostrarnos vulnerables. El problema es confundir la vergüenza, tomada como sinónimo de culpa por algo que no hicimos bien, o que nos salió mal —es decir, por alguna forma de fracaso— con esa otra vergüenza existencial, masiva y autodestructiva sobre la persona que SOMOS, sobre nuestra propia valía. Y, claro, los codependientes luchamos con problemas de autoestima; con esa segunda forma de la vergüenza con la que muchos crecimos y fuimos controlados.
A la primera, la vergüenza por el o los errores puntuales o el "fracaso", es importante aprender a reponerse una, cien, setenta mil veces. Porque sin fracaso no hay logro. Así de simple. Si quiero escribir, por ejemplo, tengo que estar dispuesta sí o sí a pasar por lo que Brené llama "the shitty first draft". No hay otra forma.
A la otra vergüenza, en cambo, hay que enfrentarla con otras armas. Atreverse a decirle —como enseña Inés Olivero, Dios, cómo extraño los grupos—: "DE NINGUNA MANERA".

Otra epifanía. Para Brené, la esperanza NO ES un sentimiento. Es una habilidad cognitiva que se aprende y se entrena. Implica la capacidad de fijarnos una meta, de poner en práctica y sostener una estrategia sencilla orientada a alcanzarla y de "agenciarnos": decirnos una y otra vez (no importa cuántas hagan falta) que tenemos (¡y SOMOS!) lo suficiente como para conquistar aquello que nos proponemos.
A veces uno nace y crece en un entorno familiar positivo y optimista y esa cualidad casi la trae puesta. No fue mi caso. Es comprensible que me resulte más difícil y probable que me siga constando aunque cumpla 60, 70, 80 años... En especial, tras un año tan difícil para todos. Tendré que cultivar la paciencia.
Pero tengo la esperanza de seguir escribiendo, compartiendo, publicando. Estoy segura de que algo de lo que me pasa puede servirle a alguien más. Tengo la esperanza de desatascarme en estas vacaciones raras, en medio de la pandemia. Tengo la esperanza de que podamos "negociar" algunas cosas con mi marido, aunque todavía me sienta enojada y, cuando logro juntar coraje para decir algunas de las cosas que me pasan, no me salga muy bien. (¿Quién esa que chilla, se queja, no tiene paz? ¿Esa soy yo? No, no quiero ser esa persona...) Tengo la esperanza y me propongo escribir un rato cada día, aun ahora después de terminado el confinamiento, pudiendo salir y hacer otras cosas.
ME CUESTA. No me resulta cómoda ni natural, pero elijo la esperanza.
Y aun si con el tiempo el rumbo de nuestras vidas se bifurcara —nunca se sabe— agradecería infinitamente TODO lo vivido, incluida la larguíííiiiiisima historia en esta casa de Colonia, que Horacio se hizo "en otra vida", con otra mujer, y donde tanto aprendí y sigo aprendiendo. Donde plantamos plantas y flores, nos arreglamos cocinando poco y sencillo, y me pongo a escribir este ratito con el canto de los pájaros de fondo, en vez de con el tránsito infernal de la Av. Pueyrredón.
Dios, qué vulnerable me siento, hasta rezar me cuesta. Pero acá estoy, Señor, compartiendo mis monstruos. ¿Me ayudarías, por favor, a acallarlos?
CIERRO CON UNA CITA QUE LE ESCUCHÉ A BRENÉ, de quien también tomé prestada la dicotomía del título : "Dreams don´t work if YOU don't".
I will. I damn will.





Querida Claudia: cuánto resueno con tus palabras y qué bien me hace esto de mostrar tu "lado oscuro de la Luna", al igual que Inés y Mónica como coordinadoras de los grupos que tanto amamos y tanto bien nos hacen. Por eso son tan creíbles, tan amorosamente humanas. Ese es el coraje que necesitamos para abrazar nuestra vulnerabilidad. Y con ellos y otras herramientas, recuerdo tu carta a Luis, "La última mudanza de Súperman". Se me ocurre una idea. Mostrásela a tus monstruos, me juego que los dejarás mudos (por lo menos, por un buen rato).
Abrazo porteño
Marilú Ciapponi