Reina de Carnaval
- Claudia Maiocchi
- 14 dic 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 17 dic 2020
El costumbrismo y un marcado sentido del humor se destacan en los relatos de Néstor Verdenelli, un valiente que se sumó a un Taller de puras mujeres. Se convirtió en el mimado del grupo y desparramó alegría. ¡Gracias, Tito, por la confianza!

Mediados de diciembre. Tarde de mucho calor, todos transpirábamos y juntábamos ganas de tomar algo. El grupo de siempre: Pipa, Tito, Ana, Pini, Abel. Nos arrastramos hasta la sede social del Club Colón, frente a la plaza. Hicimos una vaquita.
Cerveza y maní.
Se acercaba la fecha en que la Municipalidad de San Justo organizaba la Farándula estudiantil, con todos los cuartos años de cada escuela secundaria, elección de reina incluida. Un verdadero Carnaval. Sabíamos que los de la Escuela Normal estaban armando una carroza inmensa, costosa y casi seguro, ganadora.
Los chicos de la Escuela Técnica la peleaban con una que representaba la cosecha. Las del Colegio de monjas, un tema religioso. Nadie sabía qué andarían preparando los de la Escuela Comercial: nosotros.
Corrían las pintas y empezaron las discusiones:
PIPA: Che, ¿hacemos carroza o no?
ABEL: Pero Pipa, si no tenemos un mango. ¿Con qué querés que hagamos una carroza?
PINI: Mejor lo conversamos mañana con todo el curso.
Al día siguiente, reunión en la escuela. Todos tímidos. Mudos. Ninguno se quería comprometer.
Con Pipa, el más creativo, teníamos pensado un plan, sabiendo que no podríamos ganar nada: la prioridad era divertirnos.
ABEL: Propongo como reina a Silvana.
SILVANA: Ni loca. ¡Mi novio me mata!
PINI: No, nabos. La más linda es Liliana.
LILIANA: Ni chupada. Me da mucha vergüenza.
EL LORO: A mí me gustaría que fuera Nelva.
NELVA: Sin palabras. ¡Niet!
Al final nadie quería oficiar como nuestra soberana. Alguno sugirió a Ana, pero vestida de odalisca para taparle la cara.
Carcajadas, aun de ella. Otros a Griselda, que pesaba 120 kilos, “pero que camine por debajo de la carroza para que no se rompa”. Por entonces, el INADI no corría: más carcajadas.
Gonzalo propuso a Mary, que tenía menos onda que una palangana.
Más carcajadas todavía.
No había caso: no teníamos reina. La carroza resultó un acoplado tirado por un tractor –todo prestado por los papás del loro Giordanino. Ahí improvisamos una especie de rancho con cañas del patio de Ana. Pusimos un chulengo para poder hacer los choripanes, una mesita, cuatro sillas, música de chamamé y cumbia y cada uno vestido de gaucho. Ya estábamos dispuestos a salir sin reina.
Llegó el día. La carroza estaba preciosa (inmirable). Abel compró cuarenta chorizos y dos damajuanas de vino. Además de nosotros cinco, se animaron a subir Silvana, Nelva y el loro. En un momento, Pipa me mira fijamente. Lo conozco.
- ¡Noooo, dejate de joder!- le digo.
Yo flaco, lampiño, pelo largo y narigón. Exclama:
- ¡Tengo la reina! Y me señala.
Carcajadas, por supuesto.
Una peluca, un corpiño armado, una cortina roja de mi vieja y empezó la transformación de Tito. Las chicas me maquillaron. ¡Quedé preciosa! Nos meábamos de la risa.
A la hora señalada subimos al acoplado y arrancamos. La avenida Iriondo estaba llena de gente, todos los bares habían puesto mesitas en las veredas. Noche hermosa. Calor.
Abel prendió el fuego para los choripanes. Ya estaba medio copeteado. Las chicas, divinas, se habían vestido de paisanitas. El loro manejaba un tocadiscos a batería. Yo al frente, saludaba cual Cleopatra. Nadie me reconoció en la primera pasada. Estaba toda modosa, tiraba besitos y más de un gringo me gritó que me amaba.
Tras la primera vuelta, las carrozas debían volver a pasar. La nuestra ya era un desmadre. Abel iba armando los choripanes con chimichurri y todos comíamos. Nelva preparaba sangría. Ana y el loro bailaban. Todos tomábamos mucho. En esa segunda pasada, ya me había convertido en una reina medio guaranga. Hacia señas obscenas y gritaba. Siempre con el pucho en la boca.
Carcajadas, como no podía ser de otra manera.
Llegó el momento de la elección. Todas las reinas, al escenario. Y allá fui. Me paré al lado de las otras. Las abracé y besuqueé a todas. Posamos para las fotos. Debíamos hacer una pasada tipo desfile y cada reina debía decir algo. REINA ESCUELA NORMAL: Bueno, a mí me gusta estudiar, quiero ser doctora y me encanta jugar al tenis.
REINA ESCUELA DE LAS MONJAS: Yo me estoy preparando para hacer lo que me señale el Señor. También me gusta la música.
Y así fueron pasando todas. Cuando me tocó a mí, hice la pasada caminando como la pantera rosa.
¿La reacción? Carcajadas. Dije, afinando la voz:
- Yo quiero ser actriz, casarme con un gringo de guita y chupar sangría en el rio los dos desnudos.
Estallido, estruendo de carcajadas interminable.
Llegó el fallo final. Salió electa Patricia, una chica del Normal, modelo publicitaria.
Le grité ¡Patricia, te aaamoo! Y ella:
- Tito, ¡andá a cagar!
En el rubro “Carrozas” también ganó el Normal. Habían hecho un muñeco articulado espectacular. Nos quejamos airadamente. La nuestra salió última.
Para dejarnos conformes, nos dieron una medalla “por haber participado”. Todos subimos a recibir el premio. Abel, rechupado, llevaba en la mano una tira de chorizos para los jueces. Pipa les llevó una damajuana de vino para que revieran el fallo. Les ofrecimos guita. Les ofrecimos a Nelva. No tuvimos éxito. Fotos. Otra vez besos a las reinas. Y más carcajadas.
Cuando terminó todo, nos fuimos caminando por la avenida. Yo todavía vestida de reina. Ya estaba amaneciendo. Prendimos unos puchos. Dijo PIPA:
- Abel, tendrías que haberles ofrecido los choris al jurado… ¡pero cocidos, boludo!
Carcajadas.
- Sí, papucho, pero vos le ofreciste a Nelva a un tipo… ¡que resultó ser su cuñado! ¡Animal!
Carcajadas que retumban y se pierden.
Y mientras se oían los grillos a lo lejos y se apagaba la noche, la reina se sacó la corona, arrastró sus pasos por las calles desiertas, entró a casa despacio y, sin sacarse el maquillaje siquiera, se fue derechito, derechito a dormir.
¿Soñar? Ya había soñado antes.
Néstor Verdenelli Taller de Escritura Vivencial (TEV)




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