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Una, dos, siete... ¿Cuántas versiones son suficientes?

  • Foto del escritor: Claudia Maiocchi
    Claudia Maiocchi
  • 29 jul 2021
  • 3 Min. de lectura

La primera puede defraudarnos. ¿Tantas ideas y...esto? resuena nuestra voz más crítica. O peor aún: nos apegamos y ¡zás! nos estancamos. Lo que funciona es enfocarnos en el proceso de la escritura. Cruzar a la vereda del lector. Corregir. Editar. No harán falta taaaantas versiones. Bien dispuestos a trabajar el texto, más temprano que tarde lo veremos emerger victorioso del pantano inicial. Y nosotros, los de entonces, no seremos los mismos.




Vuelvo a la idea de que la escritura se parece al trabajo interior: hay que encontrarse con la propia sombra, como diría Jung, hasta alcanzar la luz. Abajarse para subir. Salir adentro: paradojas del alma y la escritura.


El escritor Juan Carlos Kreimer -maestro, mentor, amigo- está por publicar nuevo libro: El artista como buscador espiritual (a propósito, en agosto dictará seminario sobre el tema). Comparto esa idea, la abrazo.


Una anécdota a propósito de la relación escritura-espíritu. Hace tiempo trabajo en una ¿auto-ficción? ¿Novela autobiográfica? Algo así. En este mismo blog compartí lo que pensaba podría convertirse en el primer capítulo. Cuando lo llevé al grupo de escritores que Juanca lidera (somos diez y la pasamos genial los lunes a la noche), me dieron con un caño. Posta.


Que contenía demasiada info. Que el lector se abrumaba. Que no le quedaba espacio para imaginar... ¡ni respirar! ¿Y cómo la pareja se conocía de entrada, si eso es para el capítulo 8 o 9? Peor aún: el conflicto (pathos) resultaba débil. ¡Eran más bien pathitos!

¿El remate de Juanca? Ojo. El tono no es joda. Se refería a esa voz melancólica tan mía, mal que me pese...

Glup.


Al rato nomás me doy cuenta: qué bueno. ¡Qué bueno poder equivocarme... y que no pase nada! Hubo versión 2, 3, 4, 5... 9. Cambié la "escena fundante". Probé en tercera persona. Volví a primera. Desdoblé esa primera en otros "personajes": voces interiores que circulan por ahí. Paso a paso, de versión en versión, mi ego magullado va cediéndole el lugar a un yo más calmo. Buscador espiritual.


No los voy a aburrir con tooodo el Capítulo 1 otra vez. Pero para el que quiera, va un fragmento, abajo.

Ya que estamos, se lo dedico a tía María del Carmen, mi segunda mamá. Hace cuatro semanas lucha como una leona contra el covid. Mujer sabia y amorosa, de enorme resiliencia. Sabe de buscar la mejor versión... de un@ mism@. Siempre.


(De: Palabras como huesos):


La adoraba. La veía cepillarse el pelo rubio espeso, delinearse los ojos con un pulso envidiable, contonear el cuerpo a un lado y al otro del espejo. Meter la panza adentro. La diosa del olimpo, sin embargo, renegaba por sus tetas caídas. Entre otras tantas cosas. Yo corría a sus brazos: mi casita del bosque… A veces se incendiaba y me dejaba sola a la intemperie.

La escuchaba leer a García Lorca, solemne y en voz alta: Con un cuchillito que apenas cabe en la mano, pero que penetra frío.

Bip, bip.


Se me quedó en el verde de los ojos. El gusto por los libros, los arreglos florales: ¿Ves así? Les cortamos las puntas a distintas alturas, después se abre el helecho en abanico. También me legó el juego de la coquetería. Vestidos, accesorios... En la segunda década de vida mutan de un cuerpo plástico y ajeno al propio. Que no para de curvarse, un sinuoso camino de montaña. Paisajes majestuosos al borde del abismo.


La adoraba. Y también llegué a odiarla. Medio siglo más tarde su vida languidece en una cama de terapia intensiva: esta vez, neumonía.


Bip, bip.

¿Cuarta, quinta internación desde aquel accidente que pareció menor hace apenas cuatro años? Qué digo, cuatro siglos… Espero el parte médico del mediodía en un corredor blanco apretujado y me como las uñas como cuando era chica. Ya no sé qué prefiero: la mejoría o la muerte. Ay, mamá.


***




 
 
 

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